sábado, 21 de abril de 2012

Sulema


Cada día veo el futuro más negro.
Menos ilusión, menos ganas, menos fuerzas.
Por suerte quedan historias de valor en este mundo,
que consiguen que crea que la humanidad puede tener esperanza.
Esfuerzo, lucha, perseverancia.
Pero, sobre todo, no rendirse nunca.


lunes, 16 de abril de 2012

Desconexión


Imagino que desaparezco. En comunicación, mi vida se parece a la que tenía mi bisabuelo a mi edad. No tengo internet, ni Twitter, ni whatsapp, ni tan siquiera un número de teléfono. Quizá tenga un portátil, para escribir, o usar el Excel. Irrelevante.

Ustedes no volverían nunca a saber nada de mí, y viceversa. Me pregunto cómo me sentiría. Tengo a personas a las que valoro muchísimo repartidas por el mundo, algunas a tan sólo unas paradas de metro, pero, de cualquier modo, les perdería a todos. Supongo que estaría sola. ¿Volvería? No lo sé.

¿Y si fuera al revés? Quizá mañana me despierte y ella, o ella, o él, o ellos, hayan desaparecido. Se habrían bajado de la nube. ¿Los iría a buscar? ¿Podría al menos desearles lo mejor? ¿Volvería a escuchar su voz alguna vez? Ojalá. Tampoco lo sé.

No sé qué pasaría si desapareciera, pero hoy, hoy que me planteo que quizá pase, quiero desearles a cada uno de ustedes lo mejor. Si desapareciera físicamente, si mañana me fuera a otro lugar, sería lo mismo que les desearía a mis personas físicas, que no reales. Eso lo somos todos.

Nos arriesgamos en la comunicación no física, nos arriesgamos a querernos y preocuparnos en la distancia, a aprender los unos de los otros. Pero, sobre todo, a poder elegir si queríamos hacerlo. Quizá me vaya yo, quizá tú, quizá todos, voluntariamente o no, para siempre o por alguna temporada, pero el recuerdo nunca se irá, porque lo bueno no se olvida.


domingo, 8 de abril de 2012

Infancia

Me pican los ojos. Como siempre que nos pegamos horas y horas jugando en la piscina. Y el mismo cansancio. Ese agotamiento de haber estado todo el día en la playa. También tengo ganas de fruta. De una macedonia como las de mi madre, con sus paraguayos, duraznos y todo tipo de frutas veraniegas. Me apetece una partida de parchís. Hacer equipo con mi abuelo, y que me llame "maleta", ver como a mi abuela siempre le sale un "4", menos cuando lo quiere, y que mi hermana nos coma tres fichas con una tirada. Y ver el Tour juntos, los últimos años de Indurain.

Me apetece pasear por San Andrés, y tomarnos un zumo al lado del mamotreto. Y comer quisquillas en Candelaria. Todavía recuerdo el nombre de cada uno de los 9 menceyes. Mi familia entraría en la Basílica, mi padre me llevaría a ver como rompen las olas. Yo no entro en Iglesias. Daremos un paseo por mi querido Monte de las Mercedes y, al bajar, compraremos de esos dulces que tanto nos gustan en mi familia.

Tengo ganas de pasear por Santa Cruz, de los algodones de azúcar, de caminar por la avenida de Anaga, e ir al chino con el padrino de mi madre. Me apetece  visitar otra vez a las viejas de la familia, y que cuenten las mismas historias que cada año, que me digan "qué alta estás" y me pregunten si ya sé hablar alemán. Quiero ver a mis primos, y a los primos de ellos, y ver como nadan hasta la balsa, yo me quedo con mi abuela, que ellos son grandes. Y, cuando salen, comernos una de las meriendas geniales de mi abuela.

También de bajar a El Médano. Y comer pescadito frito en el restaurante de la esquina. Y pasear descalza por las calles comiéndome uno de esos helados de limón de la heladería de al lado del hotel. E ir al cine al aire libre, a comer pipas. Y que pongan las fotos de hace 50 años, ver como a mi madre le brillan los ojos viendo su infancia.

¡Y subir al Teide! Los lagartos comen el tomate de tu mano, pero a mí siempre me han dado un poco de miedo. Volver a escuchar la historia de Guayota, que habita en las entrañas de Las Cañadas del Teide, y que cuente como se formó la isla. Y cuando pasamos por la tarta, mi madre diría que está hecha de nosequé rocas y que es una construcción geológica de nosequé.

Quizá descubriera algún pueblo nuevo, por Fasnia o Güimar. O iríamos al norte, a Teno, o a Garachico. Puede que fuéramos a la pizzería del Puerto de la Cruz, o que acompañásemos a mi abuela a ver al Cristo de Tacoronte. Comeríamos perritos calientes y kebab en Casa Peter, aunque a mí sólo me gustan los perritos, que los kebab pican mucho.

Habré nacido en Gran Canaria, pero soy medio chicha, a mí que mis veranos en Tenerife no me los toque nadie, ni a mi familia. Cuando sea grande, no me iré a estudiar a España, no saben lo que tenemos aquí. Quizá me venga a vivir a Tenerife. Estudiaré biología en La Laguna, como todos. Sí...

sábado, 7 de abril de 2012

Aprendizaje

El septiembre pasado, cuando dejé la casa de mis padres y mi hogar en Canarias, me aventuré a una vida que no sabía que me iba a deparar. Cambié de ciudad, de continente, parcialmente de idioma, dejé todo lo que conocía atrás y empecé de cero. Casi de cero, en realidad, pero eso no es lo que importa.

Fue un cambio radical, y de él he aprendido muchísimas cosas en los últimos siete meses. Desde las cosas más simples como cocinar hasta otras como la soledad absoluta. Pero si hay algo que lo resume todo, algo que hace que todo lo malo pase a un segundo plano, es que he aprendido a apreciarme a mí misma, a saber que Yo sola puedo.

Tengo a mis amigos, los que están aquí y los que me acompañan en la distancia, ellos son mi apoyo. Como amigos los considero una parte indispensable de mi vida, pero no lo son por necesidad. Son mis amigos porque les quiero, porque confío en ellos, porque quiero que lo sean. Y es ese cambio, de tener a alguien por necesidad a tenerlo por voluntad, lo más grande que he aprendido en esta nueva etapa.

Así que ahora, que tengo más personas a mi lado que jamás antes, siento que soy más independiente y auto- suficiente que nunca. Soy mejor persona, más humana y más fuerte. Y, además, he recuperado mi curiosidad infinita, ¿qué será lo próximo? Prepárate, mundo, voy a comerte.