sábado, 7 de abril de 2012

Aprendizaje

El septiembre pasado, cuando dejé la casa de mis padres y mi hogar en Canarias, me aventuré a una vida que no sabía que me iba a deparar. Cambié de ciudad, de continente, parcialmente de idioma, dejé todo lo que conocía atrás y empecé de cero. Casi de cero, en realidad, pero eso no es lo que importa.

Fue un cambio radical, y de él he aprendido muchísimas cosas en los últimos siete meses. Desde las cosas más simples como cocinar hasta otras como la soledad absoluta. Pero si hay algo que lo resume todo, algo que hace que todo lo malo pase a un segundo plano, es que he aprendido a apreciarme a mí misma, a saber que Yo sola puedo.

Tengo a mis amigos, los que están aquí y los que me acompañan en la distancia, ellos son mi apoyo. Como amigos los considero una parte indispensable de mi vida, pero no lo son por necesidad. Son mis amigos porque les quiero, porque confío en ellos, porque quiero que lo sean. Y es ese cambio, de tener a alguien por necesidad a tenerlo por voluntad, lo más grande que he aprendido en esta nueva etapa.

Así que ahora, que tengo más personas a mi lado que jamás antes, siento que soy más independiente y auto- suficiente que nunca. Soy mejor persona, más humana y más fuerte. Y, además, he recuperado mi curiosidad infinita, ¿qué será lo próximo? Prepárate, mundo, voy a comerte.

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