domingo, 14 de junio de 2009

Mi ángel

Se me acercaba lentamente. Su vestido de seda blanca ondeaba con la brisa marina y se le pegaba al cuerpo haciendo visible su estilizada figura. Se movía dulcemente con el pelo alborotado y una sonrisa radiante que me hechizó.

Yo seguía sentada, immersa en su silueta. El rumor de las olas y el crepitar de la hoguera me ensimismaban más aun. Hacía ya unas horas que la esperaba, pero había pasado tanto tiempo desde la última vez que la viese que me dio igual. No había sido la primera chica en mi vida, pero fue la única que ocupó mi corazón. Cada noche de luna llena me acercaba a esa playa, con la esperanza de que aparecería una vez más.

Mi ángel había vuelto.
Se sentó al lado mío. Giró su cabeza suavemente y me miró. Sus ojos verdes me hipnotizaron, me hicieron recordar todas las noches que pasamos juntas, todas las miradas que nos lanzamos furtivamente, toda mi vida.

Me abrazó y sentí como sus labios bajaban por mi cuello. Mis manos se deslizaron inconscientemente por su esbelto cuerpo, deseándolo una vez más. Entonces, dejándolo todo atrás, ignorando el dolor que nos causaría, nos besamos. La amé como nunca lo había hecho. No quería desaprovecharlo. Poco después me sumergí en un profundo sueño, en el sueño de mi vida.

Al día siguiente no me desperté. Siempre supe que había nacido para estar con ella y me dio igual renunciar a todo, sabía que era necesario. Nunca podríamos estar juntas de otra manera. Jamás me he arrepentido de la decisión que tomé. Hoy, tantos siglos después, aun la amo.

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